Pero además de la ansiedad propia de que empiece el jardín siento algo extra y está relacionado a su síndrome de Down: siento orgullo de saber que elegí transitar un camino que quizás será difícil pero que sé que es la mejor elección. Me tiene contenta haber apostado a la escuela común. Creo que es un poco el desafío que hay que dar si pretendo aportar mi granito de arena para que seamos una sociedad inclusiva.
Sé que muchas puertas se irán cerrando. Así lo reflejan las estadísticas que muestran que hay menor inclusión de personas con síndrome de Down en escuelas comunes a medida que va avanzando el nivel de formación. También lo demuestran la realidad cotidiana de los papás que recorren escuelas en busca de una vacante que no les dan.
¿Si tengo miedos? No, miedos no. Tengo preguntas: ¿podrá el jardín adaptarse a lo que mi hija va necesitando? ¿Cómo será su experiencia? ¿Cómo se vinculará Faustina con los otros niños? ¿Cómo serán sus maestros? ¿Cómo será su aprendizaje? ¿Hará amigos? ¿Qué dirán los otros papás de ella? ¿Sabré entender al jardín como cualquier otro papá?
Por ahora lo único que sé es que conocerá otras realidades, otras maneras de ser y de comportarse. Aprenderá de otros y aprenderán de ella. Tendrá buenos y malos días. Explorará y se asombrará de cosas nuevas, cantará canciones, jugará y crecerá compartiendo vivencias con su compañeritos y haciendo su propia experiencia en el Jardín. Por ahora, lo único que sé es que mi hija merece que yo haga lo posible y lo imposible para que su inclusión sea una realidad.
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