En la foto: Faustina y Clarita de la mano, haciendo su entrada en el escenario disfrazadas de pajarito. |
Hace apenas un par de años atrás, cualquier martes a las 18:30 seguramente yo andaba sentada en algún bar tomando café con amigos, sin imaginar que un tiempo después estaría disfrutando y sufriendo a la vez, ansiosa y emocionada, porque mi pequeña hija de dos años actuaría de pajarito al finalizar su jardín maternal. Tampoco sabía que iba a tener una niña con síndrome de Down, ni que me tendría loca de amor o confundida porque, en esta ocasión, no sabía qué esperar.
Me senté en primera fila para verla y sacar fotos y esperaba su salida al escenario sabiendo que un niño de tan poca edad podía pararse a mirar a la gente, llorar por el hecho de estar frente a todos o bailar como si nada.
La verdad es que no tenía idea si mi hija era capaz de seguir la coreografía, las indicaciones de las maestras o cómo sería su comportamiento. Lo que iba a suceder allí era una verdadera incógnita para mí. Mi mamá, en cambio, estaba segura que podía bailar como todos pero pensaba que Faustina podía detenerse en medio del acto y distraerse con algún detalle del traje, abstrayéndose de lo que sucediera a su alrededor. Y Faustina nos sorprendió a las dos.
Inauguró la entrada de las aves de la mano de Clarita, batiendo suavecito las alas y dando la vuelta completa alrededor de una gran tela verde que luego sacudirían entre todos. Se movía a pasitos lentos acompañando la música, con su capita violeta, con piquito naranja y ojitos en la capucha, mientras yo estallaba de emoción. Por los rostros de mi mamá y la abuelita de Clari rodaban lágrimas (no es fácil ser abuela, eh!) y mi mamá le decía a la persona que tenía en el asiento de al lado "¡esa es mi nieta!". Yo no podía detener mis labios que decían "hija, te amo" "te amo" "mi amor, te amo", repitiéndolo hasta el cansancio, también llorando (para qué voy a negarlo) y con la emoción que me atravesaba el cuerpo entero.
Era la primera vez que Faustina actuaba. Es bastante raro decir que no sabía qué esperar. Uno siempre espera algo de los hijos, tiene determinadas expectativas, proyecta, imagina, espera... Pero realmente esta vez no podía saber qué haría Fausti: ¿iría para cualquier lado? ¿Haría lo mismo que los compañeros? ¿Se sentaría en medio del escenario a observar? ¿Me buscaría entre los padres? ¿Querría hacer eso? ¿Se abocaría a quitarse los flecos que usaba de tobillera? ¿Lloraría? ¿Reiría? ¿Correría por todo el escenario o seguiría lo planificado para el grupo de aves del museo de ciencias naturales?
Faustina y sus compañeros de jardin sacudiendo la gran tela verde, disfrazados de pajaritos. |
Fue entonces que se paseó por el escenario con una hermosa sonrisa de oreja a oreja que hizo que yo también me riera y me sintiera feliz porque lo estaba disfrutando mucho. Del llanto pasé a la risa como si nada. Cualquiera que la haya visto salir se hubiera emocionado y estoy segura que todos también se rieron viéndola pasearse tan sonriente con la alegría que nos regalaba.
Luego se detuvo a sacarse una manga, se paró apoyada en una pared y estuvo un rato ahí tratando de sacarse el traje y, por supuesto, ya no quiso saber nada de actuación! "No, no. Esto ya no es lo mío". Aunque Clarita la miraba para alentarla a que siguiera (siempre estaba con la mirada atenta para ayudarla), Faustina ya no quiso bailar.
Ya no nos importaba. Había estado magnífica y lo había disfrutado. Al terminar el acto, la felicitamos, la disfrutamos, la mimamos y la aplaudimos mucho. Pero sobre todo fuimos felices con su alegría porque su sonrisa reflejaba la diversión que sentía y sus bracitos aleteando nos hicieron saber que los pájaros violetas, tengan o no tengan síndrome de Down, también vuelan, como todos.
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